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A propósito del día mundial del mosquito, más allá del Tigre

2024, el peor año de dengue desde que se tiene memoria, y casi medio millón de niños africanos que siguen muriendo por paludismo

El día mundial del mosquito se conmemora en agosto para crear conciencia sobre uno de los insectos más pequeños y que más daño producen en la salud humana, capaz de trasmitir enfermedades como el dengue, zika, chikunguya, el virus del Nilo occidental… y la malaria. De todas ellas se ha observado un repunte en los últimos tiempos. Si nos centramos en el dengue, concretamente, este 2024 es el peor año por el elevado número de casos desde que hay registros en el mundo. Se han superado los 10 millones de enfermos en 80 países. La rapidez con la que se propaga ha hecho de Sudamérica el área que concentra el mayor número de casos. Y de muertes: 6.500 (y creciendo según confirman las últimas estadísticas, de julio). Uno de los mosquitos responsables de esta enfermedad, el mosquito tigre, está presente en España desde 2004, y cría en Cataluña, Comunidad Valenciana, Murcia y partes de Aragón y Andalucía. Pero no sólo trasmite el dengue, sino también el Zika o el Chikungunya. Razón por la que se desarrollan campañas de vigilancia entomológicas y de control de esa especie.

Con respecto al virus del Nilo, si en España se denunciaron 19 casos en 2023, este verano hay un repunte que está causando alarma social y sanitaria entre la población, sobre todo en Andalucía, en pueblos ribereños del Guadalquivir, con un balance de 3 víctimas mortales en lo que va de verano.

La propagación de enfermedades trasmitidas por mosquitos es también hoy una consecuencia de la movilidad mundial y del calentamiento global, que ha hecho que sus vectores se hayan asentado fuera de sus zonas originarias. Las temperaturas altas en verano y suaves en invierno facilitan la reproducción de mosquitos en zonas donde antes no estaban.

Un 20 de agosto de 1897, el doctor Donald Ross encontró –y le valió el Nóbel- el parásito de la malaria (plasmodium) en el estómago de una hembra “Anopheles”, primera prueba de trasmisión por parte de los mosquitos a la especie humana. Esta enfermedad ha acompañado a los seres humanos desde hace millones de años, y aniquilado a la mitad de la población vivida en el planeta. Al emperador Carlos V, aquí en España, lo acabó matando la malaria que le transmitió precisamente una picadura de mosquito en Yuste (Extremadura) allá por el verano de 1558. Actualmente, según las cifras del último informe sobre la incidencia mundial de la malaria en  2022, siguen rondando 249 millones de casos y 608.000 muertes por esta enfermedad. 

La población infantil es la más vulnerable a la hembra del anófeles: casi medio millón de niños africanos mueren por paludismo cada año. Desde el 2 de octubre de 2023, con el fin de reducir la alta mortalidad infantil, la OMS recomienda las vacunas RTS,S/AS01 y R21/Matrix-M para prevenir la enfermedad entre los menores de edad. Se deben administrar en una pauta de cuatro dosis a partir de los 5 meses de edad. Afrontar el difícil reto se enmarca en los planes nacionales integrales de control del paludismo de cada país.

En ensayos clínicos de fase 3, ambas vacunas redujeron en más de un 50% los casos de paludismo durante el primer año, periodo en el que los niños corren un mayor riesgo de enfermar y morir. La cuarta dosis de vacuna administrada en el segundo año de vida prolonga la protección. Ambas vacunas reducen los casos de paludismo en un 75% cuando se administran en zonas de alta transmisión estacional.

Países africanos como Benin, Burkina Faso, Camerún, Ghana, Kenia, Liberia, Malawi, Sierra Leona,  República Centroafricana, Chad, Costa de Marfil, Mozambique, Nigeria, la República Democrática del Congo, Sudán del Sur y Uganda las han incluido en los programas de vacunación infantil nacional,  y están financiadas por  Gavi, la Alianza para las Vacunas. 

Pero las vacunas por sí solas no son suficientes. Paralelamente, hay que distribuir mosquiteras impregnadas de insecticida, que es la mejor prevención contra la malaria. Por desgracia sólo el 54% de las personas que viven en África duermen debajo de una mosquitera.

Más dinero, más recursos técnicos y humanos, más medidas preventivas, más capacidad diagnóstica, más investigación,… son absolutamente necesarios, pero no son suficientes. ¿Cómo podemos luchar contra la malaria en África cuando en esa región solamente un 34% de los niños y niñas con fiebre se les lleva a una institución sanitaria para ser atendidos?

Si queremos luchar contra la malaria debemos tener una visión más global. Las experiencias de los últimos años nos han demostrado que luchar exclusivamente contra una enfermedad no tiene mucho sentido mientras no tengamos sistemas sanitarios públicos fuertes que permitan sostener los logros alcanzados en la lucha contra las enfermedades. La población debe participar en las decisiones en salud, por lo que es imprescindible que tengan mayor conocimiento sobre las enfermedades. Y debe impulsarse una conciencia global de entender la salud como un derecho y no como una mercancía. Tenemos la capacidad para no permitir que dentro de 20 años la malaria siga matando.