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Vacunas, único freno masivo a las pandemias

A menos un año desde la pandemia de la Covid19,  y... ¡ya tenemos vacunas!, al menos seis administrandose -Pfizer, Moderna, AstraZéneca, Sputnik (5), sinovac, la cubana Soberana2 , una sexta en camino -Janssen- ya aprobada por la Unión Europea, … Mas otras tantas gestándose a lo largo del ancho del mundo.¿Y cómo ha sido posible semejante hazaña, si para sacar una vacuna se tardan entre cinco y 20 años?

 

Apenas ha transcurrido un año de la primera pandemia de la era moderna, por la que el mundo entero se ha paralizado, y... ¡ya tenemos vacuna!. Pero no una, sino al menos cinco que se administran -Pfizer, Moderna, AstraZéneca, Sputnik (5) y Sinovac -, una sexta en camino -Janssen- ya aprobada por la Unión Europea, la gran esperanza cubana, Soberana 2… Mas otras tantas gestándose a lo largo del ancho del mundo.

Incluso la OMS en los momentos más optimistas hablaba de un mínimo de dos años para poder lograr una vacuna eficaz. Ciertamente, podríamos estar asistiendo al mayor logro histórico médico científico jamás conseguido en beneficio de los seres humanos. ¿Y cómo ha sido posible semejante hazaña, si para sacar una vacuna se tardan entre cinco y 20 años?

Razones para conseguir la vacuna anticovid19 en tiempo récord

En primer lugar, la emergencia sanitaria en el mundo ha hecho que se vuelquen todas las naciones en una carrera sin precedentes por conseguir frenar la covid19. No se han escatimado ni esfuerzos humanos ni económicos para desarrollar la vacuna y la subsiguiente producción industrial.

En segundo lugar, los coronavirus se estudian desde que apareció el SARS en el 2002, por lo que cuando llegó esta pandemia ya se conocía cómo funcionan estos virus de origen animal, al ser bastante parecidos; se sabía la proteína y hasta los tipos de vacunas más adecuados para combatirlos. Los primeros experimentos de las vacunas de ARN mensajero se  iniciaron en los años 90, pero no ha sido hasta la llegada del Sars-CoV-2 cuando las inmunizaciones creadas en base a esta tecnología han conseguido la autorización para su uso en emergencias para esta pandemia. También la informática ha agilizado este proceso, puesto que ha permitido almacenar y compartir la información necesaria del virus para que sea más rápido extraerla para la vacuna concreta que se va a crear.

Otro aspecto que explica que se hayan acortado considerablemente los tiempos de desarrollo de la vacuna ha sido la celeridad en la fase clínica, al juntar las fases una y dos: a la vez que se ve la seguridad de la vacuna, se puede tomar muestras de voluntarios para ver cómo es la inmunidad y la dosis.

En definitiva, ha sido el resultado de un compendio de esfuerzos económicos, institucionales, académicos, científicos y médicos que han aportado todo lo humanamente posible para sacar la vacuna en el menor tiempo aprovechando investigaciones precedentes para aplicarlas con celeridad a este nuevo coronavirus.

Otras vacunas no han tenido la misma suerte

El éxito logrado al conseguir en tan corto espacio de tiempo la sustancia capaz de inmunizarnos frente a la Covid19 nos lleva, a su vez, a preguntarnos por qué se tarda tanto en desarrollar otras vacunas que a la larga causan más estragos, como la de la malaria, cuyo volumen de contagios asciende a 230 millones y que tiene una mortalidad de casi medio millón de personas al año.

Fue en 1880 cuando se descubrió la relación de la malaria con el parásito plasmodium y 140 años más tarde seguimos sin vacuna. A pesar de la complejidad del parésito que provoca esta enfermedad -que dificulta la consecución de una vacuna- se creó la denominada RTS,S, aprobada en 2015 por la Agencia Europea del Medicamento. Su uso se limita a proyectos piloto en 275.000 menores en Malawi, Ghana y Kenia tras más de 20 años de investigación y desarrollo, y más de 10 de ensayos clínicos en África desde que se pusiera en marcha a finales de los ochenta. A día de hoy se administra en niños menores de dos años y según el investigador y experto Pedro Alonso “no será la solución definitiva, pero tiene el potencial de salvar miles de vidas y contribuir al desarrollo económico y social de algunas de las zonas más desfavorecidas del planeta”.

Otras enfermedades sin vacuna son el VIH/SIDA y el citomegalovirus  (CMV) como enfermedades que afectan en el mundo entero, además del dengue y el Zika, que afectan a países de la franja subtropical. Claramente los países que las necesitan no pueden invertir en ellas, por lo que la decisión de producirlas depende de las farmacéuticas y de la postura de las instituciones multilaterales.

Con respecto al ébola ya se ha creado la primera vacuna y se quiere tener una “reserva mundial de emergencia” de 500.000 vacunas en Suiza.

El caso del SIDA es diferente. Al existir ya antiretrovirales que crean inmunidad y son muy rentables, muchos se preguntan para qué invertir en una vacuna que costará mucho más y a la larga será menos productiva.

De vacunas, bulos e información veraz

La proliferación de vacunas en tan corto espacio de tiempo, y toda la avalancha de información que ha generado tanto en periódicos y espacios contrastables como desde las redes sociales ha generado una gran confusión en la sociedad y ha sembrado dudas sobre la credibilidad en la ciencia. Se produce la paradoja de una sobreexposición de información a la vez que una falta de transparencia sobre los temas sanitarios que nos afectan a todos. La credibilidad de la población cae y se crea un caldo de cultivo propicio para las fake-news (noticias falsas o bulos), que llegan a 100 veces más personas que la verdad y contaminan la opinión pública creando un clima anti-vacunas. Claramente hay que distinguir entre “dudas científicas” y “dudas populares y es imprescindible que la evidencia científica recupere su papel con una mayor transparencia y una menor injerencia de otros intereses que no sean la ciencia y la verdad. El propio director de la OMS Tedros Ghebreyesus advirtió de que las noticias falsas sobre las vacunas son “tan contagiosas y peligrosas como las enfermedades que ayuda a propagar”. Las redes sociales son la manera en que millones de personas se abastecen de información rápida. Por eso es necesario que la población tenga un rol más activo y busque fuentes fiables, científicas y contrastadas.

Paralelamente las autoridades sanitarias tienen que desarrollar campañas de sensibilización que contemplen también los determinantes ideólógicos, la accesibilidad y la conducta cultural de cada población. De nada sirve tener un gran equipo de vacunación si luego la comunidad es reacia a vacunarse, o las mujeres sufren la barrera de la equidad de acceso y no pueden decidir por sí mismas si van a las campañas de vacunación porque dependen del permiso de sus maridos o padres. Esas campañas deben incorporar las diferentes sensibilidades culturales en las estrategias locales si queremos que compartan la importancia que tiene la vacunación. Porque las vacunas, funcionan. Basta recordar las enfermedades derrotadas gracias a ellas, como la viruela, la polio, difteria, tétanos, rubeola o el sarampión.

Enfermedad global, cobertura global y universal

Ante una enfermedad global como la Covid19 debemos de asegurar una cobertura global y universal. Si bien se ha hecho un esfuerzo y la colaboración entre científicos, industria y estados ha sido rápida en acortar tiempos para encontrar soluciones, es el momento de fomentar la cooperación y no la competición a la hora de producir y distribuir vacunas. Muchos países no saben cuándo van a recibir vacunas; otros no pueden seguir su programación de planificación por rupturas de stock de las compañías. El pasado 18 de enero, en la apertura del Consejo ejecutivo de la OMS, su director, el Dr Tedros, puso encima de la mesa una reflexión sobre el acceso de las vacunas: “Hasta el presente se han administrado más de 39 millones de dosis de vacunas en al menos 49 países de altos ingresos. Sólo se han administrado 25 dosis en un país de bajos ingresos. No 25 millones; no 25 mil; sólo 25”. La cifra mundial estimada de personas que deberían recibir esta vacunación es de 3.700 millones de personas, lo que visibiliza el esfuerzo que falta por hacer. El 15 de marzo se habían utilizado 381 millones de dosis, pero entre América del Sur y África solamente le habían llegado el 9,5 de las mismas.

Pero el gran problema que existe actualmente, más allá de la inequidad en la distribución es la producción. Según Guterres,          secretario general de la ONU, más de 130 países no ha recibido una sóla dosis, y el 75% se ha concentrado en 10 países desarrollados. A medida que va pasando el tiempo, la brecha se agranda y la OMS ha advertido que si el virus se extiende sin obstáculos en algunas partes del mundo, las mutaciones y variantes pueden suponer una amenaza en todas partes.

Para ello la OMS creó en 2020 el Grupo de Acceso a la Tecnología Covid-19 (C-TAP), un espacio donde compartir conocimientos y patentes para la producción de vacunas. Su objetivo es eliminar las barreras a la propiedad intelectual y compartir el know-how del proceso de fabricación, y así aumentar el acceso a las tecnologías Covid-19 (medicamentos, vacunas y diagnósticos) con otras compañías farmacéuticas. En pocas palabras, la C-TAP se puede utilizar para aumentar el número de fábricas para producir vacunas. Además, el aumento de la capacidad de producción conlleva una disminución en el precio, haciendo las vacunas más asequibles. Las vacunas a precios razonables son esenciales, especialmente porque los gobiernos han contribuido significativamente a su desarrollo a través del dinero público (concretamente 2.700 millones). Sería la solución estructural para proporcionar vacunas al Mecanismo Covax (colaboración para el acceso y distribución equitativo de vacunas en el mundo donde participan 190 países y basado en el principio de la “equidad vacunal”) y asegurar así su distribución a todos los países que lo demanden.

También se evitarían los problemas de suministros que estamos viendo debido a la limitada producción y a la especulación: cuanto más se fabrique, menos vulnerables somos ante la bigfarma y el “nacionalismo de vacunación”

Actualmente, se están investigando 273 vacunas en el mundo. Muchas de ellas comparten la misma tecnología, por lo que se están dispersando esfuerzos. ¿No alcanzaríamos antes la inmunidad de grupo si compartimos conocimientos? ¿Necesitamos tantas vacunas en competencia o mejor sería promover alianzas estratégicas que nos aseguren el acceso a ellas de todos? Es la hora de la cooperación.