Áfricapost-2015
Ostirala,22 maiatza 2015La aprobación de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) en el año 2000, supuso un momento histórico de compromiso mundial por la reducción de la pobreza extrema y el hambre en el mundo, así como por un fuerte impulso a la educación y mejoras en la salud, la equidad de género y la sostenibilidad ambiental a través de una agenda formada por ocho grandes objetivos a cumplir precisamente en éste año 2015.
El tiempo ha transcurrido inexorablemente y con motivo de la celebración del día de África (25 de mayo) vemos necesario hacer una reflexión de lo que todo éste periodo de compromisos ha supuesto para Africa Subsahariana. Finalizado este periodo de 15 años, se ha confirmado el balance negativo que indicaban hasta ahora todas las previsiones e informes de seguimiento intermedio. África Subsahariana, es de las pocas regiones, junto con Asia occidental, donde la mayoría de indicadores y metas para medir los ocho objetivos ha sufrido un avance mucho menor de lo esperado (pobreza extrema, alfabetización o salud materna, entre otros) e incluso ha experimentado un cierto retroceso (como es el caso, por ejemplo, de la meta que evalúa la proporción de la población con acceso a servicios de agua y saneamiento). Un dato especialmente preocupante, en este sentido, es observar cómo el número absoluto de personas que viven en la pobreza extrema ha pasado de 290 millones en 1990 a 414 millones en 2010 (un incremento del 43%), lo cual corresponde a más de un tercio del total mundial que vive en la indigencia. Es cierto que los avances en erradicación del hambre o de descenso de la mortalidad infantil presentan resultados un poco más favorables, pero hay que considerarlos insuficientes para lo esperado.
Evidentemente los resultados fueron diferentes en cada uno de los países dado que un Estado pudo haber cumplido un objetivo que otro no alcanzó y viceversa. Según Oxfam, en países como Kenia, Ghana, Camerún o Tanzania hubo un incremento de sus presupuestos en educación alcanzando un 20%, que es mucho más que el objetivo fijado posibilitando el cumplimiento de la meta de educación primaria universal. Sin embargo, países como Benín, Mali, Guinea Bissau, Burkina Faso y Gambia están en la cola de los países que han logrado algún avance en los ODM. De hecho, según cálculos de la “Plataforma 2015 y más” en los mejores casos hay países que no cumplirán el objetivo de reducir el porcentaje de pobreza a la mitad hasta dentro de 150 o 200 años. Mención diferenciada merece el octavo y último de los objetivos, “Fomentar una asociación mundial para el desarrollo”. Éste ponía el acento en el compromiso activo de los países del norte en la consecución y financiación de los ODM. Desgraciadamente, salvo honrosas excepciones, este último objetivo ha dejado mucho que desear. De hecho, el compromiso de los países ricos sigue mostrando una racanería inconcebible. Es triste que España, que había marcado algunos años una senda positiva, haya retrocedido tan brutalmente estos últimos años, con la excusa y justificación de la crisis. El juicio es enormemente pesimista cuando se observa que tiende a acrecentarse la tentación de esconder puros intereses comerciales bajo el paraguas de una pretendida cooperación al desarrollo que sirve a los intereses de los países donantes, no a las necesidades de los receptores del sur. A modo de ejemplo, el presupuesto del 2013 del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación de España: mientras la partida de cooperación disminuyó el 73 por ciento ente 2012 y 2013, los fondos para la acción del Estado en el exterior, (a través de sus embajadas y oficinas comerciales), se incrementaron un 52% en el mismo periodo. En definitiva, desde el año 2000, África Subsahariana ha quedado detrás del resto del mundo en progreso de los ODM, particularmente en términos de pobreza, creación de empleo y seguridad alimentaria, según cifras del programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Informes recientes revelan que la transformación de África ha sido limitada, con un pequeño impacto en la vida de la población más pobre. El Informe sobre Desarrollo Global del Banco Mundial estima que el 41% de la pobreza global está en África Subsahariana, dato que podría agravarse y alcanzar el 81% en el año 2030 si se continúa con la situación actual.
Todas estas dificultades en el cumplimiento de los ODM contrastan paradójicamente con las cifras de crecimiento macroeconómico en la región. De hecho, las economías africanas han crecido un promedio del 6% durante la última década (excluyendo Sudáfrica), según el África Progress Panel 2014, tasas que rivalizan con las del este asiático. Desde muchas esferas, se habla de un cierto “afro-optimismo” y de África como un continente de oportunidades para la inversión de empresas. De hecho, la inversión extranjera directa global en África supera a la ayuda occidental. No hay más que ver la fuerte irrupción y presencia de China en el continente. No obstante, esta paradoja es un claro indicador de que crecimiento y desarrollo humano no es lo mismo. Elevadas tasas de crecimiento en diversos países africanos en desarrollo y emergentes no han mejorado la situación de pobreza y exclusión de amplios sectores de su población, sino que lo que se observa es un aumento de las desigualdades y un grave impacto de la situación ambiental derivada de la expoliación desenfrenada de sus recursos naturales. La redistribución de la riqueza generada entre la población y comunidades africanas ha brillado por su ausencia. El reciente estudio, “Explotación de los recursos naturales en África: la industria extractiva” elaborado por ReSet para REDES, muestra que a pesar del importante incremento del PIB en países como Gabón, Angola o Nigeria, las desigualdades sociales no solo persisten sino que han ido en aumento, y la inmensa mayoría de los países subsaharianos ricos en minerales e hidrocarburos siguen teniendo los peores indicadores de desarrollo humano del mundo. ¿Nos encontramos frente al fracaso flagrante de la occidentalización como proyecto económico, político y social universal? Precisamente uno de los desastres más rotundos en la proyección de resultados positivos y avances en los ODM se refiere al uso de los recursos naturales. “Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente” (ODM nº 7) exige una transformación del modelo económico actual. Sacralizar el crecimiento ilimitado sin preocuparse por la expoliación de los abundantes recursos naturales africanos se muestra como una opción suicida a medio-largo plazo. Por otra parte, tal y como denuncia el profesor Mbuyi Kabunda, “Los ODM, son el reflejo de una visión de las políticas de desarrollo que se definen en términos de objetivos poblacionales vulnerables y pobres pasivos. Sin embargo, no son pasivos sino sujetos de su propia historia que han encontrado en la propia pobreza, estrategia de supervivencia. Los ODM hacen caso omiso de estas prácticas económicas populares y han dado la espalada a las dinámicas internas de África” Ahondando en esta reflexión, Latouche explica que el fracaso pertenece a las Naciones Unidas y al África oficial, a sus gobiernos e instituciones, pero que existe una África de los excluidos de la economía mundial y de la sociedad mundial; de los excluidos de la lógica imperante y que no se rinde; “que vive y quiere vivir, incluso si debe hacerlo a contracorriente” ; son “náufragos del desarrollo” generados por la economía mundial y organizados con lógicas nuevas. Por ello, valoramos y admiramos la gran resiliencia de los africanos y africanas que buscan su propio modelo de desarrollo, pero no podemos olvidar su sufrimiento cotidiano. De hecho, el drama de la migración subsahariana con naufragios reales y miles de ahogados a las puertas de Europa, es un indicador de que la pobreza por un lado, y la indiferencia por otro, generan mucho dolor y sufrimiento en el continente africano.
Toda esta realidad, es una constatación de que no basta con fijar objetivos más o menos ambiciosos de forma parcial si los factores institucionales-gubernamentales no juegan en la misma dirección y no somos capaces de afrontar las desigualdades estructurales que origina el actual sistema económico neoliberal. Los objetivos fundamentales para el nuevo periodo llamado “Post -2015” han de ser erradicar la pobreza extrema (en 2000 se fijó tan solo reducir a la mitad) y el hambre, así como reducir las desigualdades y hacer frente al cambio climático fruto de un modelo de vida y de consumo capitalista que no es universalizable. El actual borrador de la Agenda Post 2015 de Naciones Unidas establece 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que deberán ser alcanzados en el año 2030. Como gran novedad, plantea que la dicotomía Norte-Sur ya no tiene sentido, ya que los problemas globales no se circunscriben a una sola región o hemisferio del mundo sino al conjunto del planeta. Sin duda, todos los países tendrán metas que alcanzar sean países más o menos ricos. Entre otras razones, porque es impensable conseguir objetivos ambiciosos de desarrollo humano y sostenible en África si no se afronta de una vez la revisión de las regulaciones comerciales y el sistema financiero internacional, la condonación real de la deuda externa o la erradicación de los paraísos fiscales.
En ésta línea, Pablo Martínez Osés reivindica una nueva agenda “transformadora”, con “acciones sistémicas”, que modifiquen los patrones de producción, de comercialización y de consumo por otros más sostenibles ecológicamente, menos excluyentes en lo social y que por lo tanto permitan equiparar oportunidades para toda la población mundial, especialmente aquella más castigada en el África Subsahariana. La aprobación de los objetivos de desarrollo para el nuevo periodo debe ser la ocasión para comprometer definitivamente esos cambios estructurales y permitir una redistribución global de los recursos y el poder. La responsabilidad de la gestión de este desarrollo en el mundo debe ser compartida y ejercerse multilateralmente. Las Naciones Unidas tienen un papel especial en ello, pero la sociedad civil organizada así como la ciudadanía debemos presionar e incidir para que la Agenda Post-2015 no termine nuevamente en “promesas incumplidas” para África.