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Africanidad y compromiso en el Día de África

Ni el África en Negro es el paraíso en la tierra ni el África en Blanco es la puerta de los infiernos. En 1990 el cineasta Clint Eastwood retrató en su película “Cazador Blanco, Corazón Negro” los diversos avatares que precedieron al rodaje de “La reina de África”, de John Huston. Huston viajó a África con el pretexto de localizar los exteriores. Una vez allí, para desesperación del productor y el resto del equipo, resultó que su único y verdadero objetivo era cazar un elefante.

Dejemos atrás estas escenificaciones basadas en realidad y leyenda. Pero, aun a día de hoy, viajamos a África con el pretexto de buscar el paraíso, aunque no entre en nosotros y quede algo más que elefantes moribundos en el camino.

Es cierto que las economías africanas mantienen tasas de crecimiento sin precedentes.  Entidades como el Banco Africano de Desarrollo (BAfD), en su informe Seguimiento del Progreso de África en Cifrasdel año 2014, señalan que desde 2005, 20 países africanos se encuentran entre los 50 que más han crecido entre las economías mundiales. Éxito macroeconómico que está sufriendo una desaceleración reciente por diversos impactos económicos como la caída en el precio de las materias primas y que obligará a hacer un seguimiento de las consecuencias de estos cambios en materia de políticas económicas africanas.

Además, en el Día Mundial de África, que se conmemora internacionalmente el 25 de mayo, no podemos dejar de aflorar otras cifras y datos que muestran una cara de África diferente a la de un continente emergente.  El último Informe de ACNUR, “Mundo en Guerra: Tendencias Globales. Desplazamientos Forzados en 2014” afirma que en África subsahariana, el número de personas refugiadas aumentó por quinto año consecutivo y alcanzó los 3,7 millones al finalizar el año 2014. De hecho, ocho de los –al menos- 15 conflictos que han aparecido o se han reanudado en los últimos años están en África: Costa de Marfil, República Democrática del Congo, Libia, República Centroafricana, nordeste de Nigeria, Sudán del Sur y Burundi. El recrudecimiento de viejos conflictos y el estallido de otros nuevos han provocado la masiva afluencia de desplazamientos internos y el éxodo de poblaciones enteras.

No obstante, es verdad que la realidad de África es tan heterogénea como su vasta extensión: más de 1.000 millones de habitantes en 54 países. Un espacio similar a la de Estados Unidos, China y la India juntos. Una diversidad cultural visible en las más de 1.500 lenguas y dialectos que se hablan en ella.

¿El norte desarrollado ve la potencialidad de la interculturalidad y el codesarrollo de estas realidades o advierte la amenaza con políticas de miedo y pánico a una inmigración en masa incontrolada? Nos deleitamos con el elefante en nuestras televisiones, pero aquí no queremos que pise nuestros jardines. Es muy fácil usar nuestro miedo, nuestra crisis económica y la llamada a la puerta del mensajero y que se nos diga que nuestro estado del bienestar ha terminado. Un argumento injusto para impedir que el elefante entre a nuestra casa; el inmigrante se enfrenta a concertinas y leyes para evitar su entrada en Europa; para que la interculturalidad y la fuerza de desarrollo y cambio que conlleva no tenga cabida en nuestro mundo.

Europa se ha comprometido a acoger 160.000 refugiadas/os (¡qué generosidad la nuestra!) entre sus estados miembros. Sin embargo, a fecha de hoy, ningún país cumple su “cuota” acordada. Es miedo a una masa colonizadora que podría llenar los dos mayores estadios de fútbol del estado y sobraría espacio. ¿Cuándo vamos a despertar de este sueño fetal que nos mantiene en un estado de letal indiferencia?

No nos conformemos en suministrar solamente alojamiento y comida, esparadrapos y tiritas a destiempo. No podemos quedarnos con esto. La atención y la acogida debe ir dirigida al bienestar y a la autonomía de las personas refugiadas.

Sumadas a las violaciones de derechos humanos, las catástrofes naturales y los conflictos armados que provocan el desplazamiento de las personas, no debemos olvidar otras dificultades muy ligadas al Desarrollo de África. Son la explosión demográfica, la recesión económica y el descenso en los precios de las materias primas, el peso de la deuda externa, el estancamiento de la agricultura, el deterioro ambiental, la crisis energética, la inestabilidad climática y la escasez del agua. Además, profundas crisis humanitarias azotan el continente.

En consecuencia, este día de África de 2016 queremos hacer una pequeña valoración de la crisis del ébola, que ha acabado con la vida de más 11.000 seres humanos en África Oriental desde 2014. Mientras que las noticias sobre las personas que habían contraído el virus, así como las víctimas mortales en África se daban en números, los casos que afectaban a Occidente se anotaban con nombres y apellidos, edad de las/los pacientes, estado civil, profesión, etc…

Los tres países africanos más afectados por este virus han sido Sierra Leona, Liberia y Guinea. Pero también ha habido casos puntuales en Nigeria, Senegal y Mali. Como fueron puntuales, no merece molestarse en dar números. Se informó en cifras globales, costumbre para este continente.

El Ébola se diagnosticó por primera vez en 1976 y, desde entonces, se han contabilizado más de una docena de brotes en siete países africanos. Todavía más, en éste último brote la tasa promedio de mortalidad ha llegado a un 50%. No se tomaron en serio las reiteradas advertencias que, desde marzo de 2014, se lanzaron por organizaciones de salud y, a pesar de ello, se consideró como una “crisis de salud”, en vez de lo que era realmente: una “crisis humanitaria”. Para cuando se quisieron poner los medios, ya era demasiado tarde y la epidemia estaba fuera de control.

A pesar de todo, las pueblos africanos están vivos, crecen, trabajan, prosperan, desarrollan y construyen su propio futuro. De la Ayuda al Desarrollo internacional que recibe África, podríamos constatar que solo repercute en la ciudadanía un 3% de su PIB total. El 97% restante lo consiguen los hombres y mujeres del continente con su trabajo y esfuerzo.

En éste sentido, querríamos subrayar varios aspectos. Reivindicamos un África en femenino, por omisión de sus mujeres y, sin embargo, intensamente presentes en la economía popular y en la vitalidad social. Ahí tenemos a escritoras, músicas, cineastas, parlamentarias…y trabajadoras en sus casas y en los campos, como las mujeres de Keita, en el Sahel, que luchan contra la desertificación. Mientras los hombres se han marchado, ellas roturan la tierra, echan las simientes, cultivan, recogen, trasladan y almacenan los frutos y lo venden para continuar adelante y emprender nuevos proyectos. Al mismo tiempo, África de las sociedades civiles, al margen de las instituciones, y con una enorme capacidad organizativa y rica en alternativas. África de la juventud, muchas veces en paro y migrante, pero que se moviliza por el cambio. Abundan los ejemplos: la plataforma de derechos humanos Usahidi, desde Kenia; los grupos de raperos, con Ikonoklasta y Luaty Beirao, que se oponen a regímenes autoritarios como sucede en Angola y pusieron en marcha la campaña Central 7311: documento de identidad “ciudadano en protesta permanente”. O Y´en a marre (Estamos hartos), que logró parar un pucherazo electoral en Senegal con su presencia en las calles y mediante los móviles hasta los más recientes, cuando un centenar de asociaciones, entre ellas Le Balai citoyen (La Escoba ciudadana) y Mujeres con la espátula de madera, un símbolo de reivindicación frente al machismo, que frenaron dos golpes de Estado en Burkina Faso el año pasado.

Por tanto, es labor y compromiso de las organizaciones del tercer sector, sin paternalismos,   tener una correcta información y deontología de la información con respecto a África: existe algo más allá que un elefante furioso y que pisa los cultivos. Algo más allá que niños y niñas pasando hambre. Más allá de conflictos bélicos silenciados y en los que las mujeres ocupan un papel de trofeo de guerra. Hay algo más allá de lo africano, del corazón negro en un mundo transnacional donde los corazones blancos también ejercen su influencia. No es solo el África postcolonial. Es el África neocolonial. Un continente con ingentes cantidades de recursos (el 21% de los países del África Subsahariana tienen en uno o dos productos el 75% de sus exportaciones totales) que pueden conseguir que los pueblos y la ciudadanía elijan su propio camino y modelo de desarrollo, aunque haya un cazador blanco dispuesto a enfatizar la negritud de lo primitivo y justificar que el elefante debe ser abatido.

Los investigadores Richard Murphy y Nicolás Shaxson dieron en 2007 algunas claves en su artículo “La corrupción en África es una responsabilidad global”, publicado en el Financial Times. Cimentan su lógica en los numerosos y comprobados casos de participación directa de gobiernos y empresas occidentales en la gran corrupción africana. Ponen varios ejemplos, como informes del Fondo Monetario Internacional (FMI) que identificaban al Reino Unido como un gran centro financiero offshore para que los dictadores africanos guardaran su dinero sucio. ¿Gobernantes de corazón negro…o de corazón blanco? ¿No sería, entonces, más correcto decir que estamos ante un sistema corrupto, en lugar de fijar las responsabilidades sólo en un continente o en los países menos desarrollados?

¿Escondemos nuestra vergüenza cuando ponemos etiquetas a los problemas para identificarlos y crear en torno a ellos una dialéctica vacía, inútil pero de consecuencias letales? Mencionamos la “crisis de personas refugiadas” cuando en realidad debemos hablar de crisis de solidaridad. Ellas no son el problema, sino que es de nuestros estados, ya que no asumimos nuestros compromisos. Esta crisis solidaria ha hecho aumentar las tensiones y también las divisiones internas entre los países, que han dejado en evidencia nuestra miopía política.

Tal como escribe el profesor Nestor Nongo en un artículo de 2013: “a lo mejor una desvinculación de África de la ayuda [al desarrollo] podría contribuir a esa tarea de normalización de la imagen africana. La imagen del continente africano asociado a la caridad y al donativo debería ser sustituida por la de un continente capaz de satisfacer sus necesidades por sus propios medios”. Esta es la labor que nos corresponde a los agentes de desarrollo de todos los niveles; no sólo ejecutores de acciones y proyectos, sino también ejecutivos. En definitiva, trasladar la voz y decisión de los pueblos de África sobre su capacidad para afrontar los problemas y la realidad, de manejar su presente y de construir su futuro.

Si África necesita que la acompañemos en su desarrollo, este debe estar fundamentado en un desarrollo humano estratégico, consensuado con políticas globalizadoras humanitarias, con leyes humanitarias, visas y acogidas humanitarias.

Para esa labor ejecutiva y transformadora debemos contar con la ciudadanía global, la de nuestro barrio y nuestra comunidad, la de nuestra nación y nuestro país, la de preguntarle al ciudadano y la ciudadana del África subsahariana si quiere nuestra ayuda. De apoyarle si la respuesta es afirmativa y poner esas piedras para mejorar el camino hacia el futuro que decidan; y que se reduzcan las inequidades y desigualdades sociales de hombres, mujeres, niñas y niños para un acceso y universal al ejercicio de los derechos humanos, civiles, sociales, económicos y culturales.

Si de algo sirve celebrar el Día Mundial de África, que al menos sea para obligarnos a hacer un examen de conciencia y recordarnos que no vivimos en un mundo donde sólo existen dos categorías de países: aquéllos habitados por meras cifras y estadísticas y otros donde la gente nace con nombre y apellidos.

Una de las muchas leyendas sobre aquel rodaje entre corazones negros y blancos cuenta que gran parte del elenco cayó enfermo, a excepción de Humphrey Bogart y John Huston, bebedores de whisky importado para “evitar enfermedades” según ellos. Es hora de que empecemos a importar africanidad y exportar compromiso. Es un remedio infalible para evitar enfermedades como la pobreza, la explotación, la indiferencia y el miedo a lo desconocido.

Grupo Pro África – Afrikaren alde