Salud menstrual, entre el silencio, el estigma ...y la esperanza en Guatemala
Martes,21 octubre 2025¿Alguna vez te has preguntado qué significa realmente tener una menstruación digna? No hablamos sólo de compresas o baños limpios. Hablamos de algo mucho más profundo: del derecho de cada niña, adolescente y mujer, a vivir su ciclo con conocimiento, respeto y libertad, sin miedo ni vergüenza.

Durante años, la menstruación ha sido un tema rodeado de silencios, a lo sumo una historia contada en susurros. Un secreto que se transmite entre madres e hijas con más incógnitas que respuestas. Pero en lugares como Sololá, Guatemala, ese silencio tiene consecuencias reales: ausentismo escolar, malestar físico, vergüenza y desigualdad. Allí, medicusmundi acompaña un proceso que está cambiando vidas, derribando tabúes y construyendo dignidad menstrual desde las escuelas, las comunidades y las instituciones.
Mía, por ejemplo, tenía doce años cuando su primera menstruación la sorprendió en la escuela. “Me dio miedo”, contó. La maestra, sin saber qué hacer, la mandó a casa. Su madre fue quien finalmente le explicó lo que estaba pasando. Mía no entendía por qué sangraba. Nadie le había hablado de eso. Su historia no es una excepción: es el reflejo de una cadena de silencios que se ha estado repitiendo generación tras generación.
La salud menstrual es salud integral.
La menstruación no es solo un proceso biológico: es una ventana hacia la salud social, física y mental de las personas que menstrúan. La salud mental desempeña un papel esencial: las fluctuaciones hormonales del ciclo pueden provocar irritabilidad, tristeza o ansiedad, pero es el entorno —la falta de información, el estigma y la vergüenza— lo que convierte esos síntomas en una carga emocional. Muchas adolescentes viven su regla como un problema, no como parte natural de su salud.
Los estudios muestran que las adolescentes que sufren dolor menstrual intenso tienen hasta 2,8 veces más riesgo de depresión y casi el doble de probabilidad de desarrollar ansiedad. En comunidades donde el silencio es ley, ese dolor no se nombra, no se trata, y se normaliza.
Así lo explica Andrea Aguilar, antropóloga e investigadora especializada en salud y derechos de las mujeres y colaboradora ocasional de medicusmundi en Guatemala: “El tabú menstrual es una expresión de la violencia basada en género. Se descalifica a las mujeres por ser ‘hormonales’ o se patologiza su cuerpo cíclico. El silencio genera culpa y vergüenza, y eso impacta directamente en su salud mental”. La educación menstrual, entonces, no es solo una cuestión de higiene o conocimiento anatómico. Es un acto de salud mental y emocional. Es permitir que una niña como Mía entienda su cuerpo, que no se avergüence, que no sienta miedo. Romper ese ciclo de desconocimiento es esencial para que las niñas y adolescentes vivan su menstruación sin miedo, con autonomía y con herramientas que les permitan cuidarse.
Los tabúes y la desigualdad siguen condicionando vidas.
En los municipios mayas de Sololá, las creencias sobre la regla oscilan entre lo sagrado y lo prohibido. En algunos lugares se la considera “una bendición divina”, símbolo de vida; en otros, “una suciedad que el cuerpo expulsa”. Esa diversidad cultural refleja una riqueza simbólica, pero también pone en evidencia cómo las visiones negativas aún pesan sobre el cuerpo femenino y deja una herencia de desigualdad.
Los estigmas se traducen en exclusión. Muchas mujeres son apartadas de las tareas cotidianas, se les prohíbe tocar a los bebés o bañarse con agua fría, o se les limita el consumo de ciertos alimentos. En algunos casos, las adolescentes dejan de asistir a la escuela durante sus periodos por miedo a las burlas o por la falta de instalaciones adecuadas. En el estudio realizado por medicusmundi, el 100% de los centros educativos visitados carecían de toallas sanitarias y de papel, y más de la mitad de los aseos estaban en mal estado. La falta de privacidad y el miedo a mancharse en público se convierten en razones de exclusión silenciosa.
Esa exclusión tiene raíces profundas en el machismo y la desigualdad estructural. Como explica Andrea Aguilar, “la vinculación entre el sistema patriarcal y el tabú menstrual es antiquísima. Descalificar a una mujer por estar menstruando o ridiculizar sus emociones son formas cotidianas de misoginia”. No es una cuestión anecdótica: es una forma de control. Un mecanismo cultural que ha buscado durante siglos deslegitimar a las mujeres a través de sus cuerpos”.
Pobreza menstrual, una forma de desigualdad.
En Guatemala (y en tantos países), los productos de gestión menstrual pueden tener impuestos de hasta el 25%. Se consideran “de belleza”, no de primera necesidad. Esa calificación absurda perpetúa la exclusión, ya que muchas mujeres y niñas no pueden comprar estos productos de primera necesidad. “Pobreza y pobreza menstrual no son casualidades —explica Aguilar—, son el resultado de procesos históricos de despojo y desigualdad”. En zonas rurales como Sololá, donde la pobreza y la falta de agua son parte de la vida cotidiana, la gestión menstrual puede convertirse en un reto imposible. Las adolescentes improvisan con trapos o papel. Algunas evitan salir de casa. Otras simplemente dejan de ir a la escuela. En este contexto, la salud mental y emocional vuelve a verse afectada: la vergüenza y el aislamiento provocan ansiedad, baja autoestima y una sensación de inferioridad que puede durar años.
Frente a esa realidad, medicusmundi en Guatemala impulsa un cambio integral, con el magnífico trabajo de Elizabeth Porras al frente. “La salud menstrual no puede separarse del acceso al agua y al saneamiento”, subraya Porras. “Sin agua segura no hay dignidad menstrual, y sin dignidad, no hay igualdad”. En comunidades donde el agua es escasa o de mala calidad, el desafío se multiplica: el 84% de los sistemas de agua en Sololá no reciben desinfección alguna, lo que convierte algo tan básico como lavarse durante el período en un riesgo. Por lo tanto, el proyecto promueve la mejora de baños adecuados en escuelas, la distribución de toallas reutilizables de tela, la formación de mujeres en fontanería y la sensibilización de toda la comunidad —niñas, niños, docentes, comadronas, líderes y autoridades locales— para que la menstruación deje de ser un motivo de vergüenza y se convierta en una puerta hacia la autonomía y la justicia.
Y esa visión inclusiva en Sololá da sus frutos. En talleres lúdicos y participativos, los niños aprenden sobre el ciclo menstrual como algo natural, no como motivo de burla. En las aulas, las adolescentes dejan de esconder sus compresas en las mangas. En las comunidades, las mujeres hablan entre ellas con una nueva confianza, con menos vergüenza y más ternura hacia sus cuerpos. La salud menstrual ha dejado de ser un tema escondido. Andrea Aguilar lo define como “recuperar la ternura por nuestros cuerpos, acercarnos con una mirada que rechace la violencia y abra la puerta a narrarnos menstruantes en nuestros propios términos”.
El trabajo de medicusmundi en Guatemala demuestra que hablar de menstruación es hablar de justicia, de igualdad y de dignidad. Porque cuando una niña puede ir a la escuela sin miedo a mancharse, cuando una madre puede enseñar a su hija qué significa su cuerpo sin vergüenza, cuando los niños entienden que la menstruación no es un motivo de burla sino de respeto, estamos construyendo algo más grande: una sociedad más humana.
La salud menstrual no es vergüenza. Es un derecho humano. Y como todo derecho, exige compromiso y educación. No basta con romper los silencios y los susurros: hay que transformar la realidad.